domingo, 2 de octubre de 2011

Prólogo.

Cuando a alguien le pregunten por Benito, posiblemente a nadie le importe, o simplemente no coincidirán con el mismo Benito que yo creé, o que quizás existe, salpicando alguna ciudad. Benito fue alguien que nació y murió, y que basó su día a día en no darse cuenta de que él era la persona más importante de su vida. Cambió el mundo, de la misma manera que lo haría cualquiera, o quien quiera. Hizo feliz solo a la gente que quería que le hiciera feliz, y a algunos que sin querer tropezaban a su lado. Se enamoró cinco veces, y luego una. No tenía ninguna habilidad especial que él destacase. Era la persona más normal que conocía, y sin embargo, algunos lo tachaban de raro, y eso le dolía, como duele la luna o la distancia. Su vida consistía en prólogos leídos a destiempo y a epílogos que le machacarían el pecho. Por lo único que lloró fue por amor.
Un día le preguntaron:
-¿Por qué solo lloras por amor?
Y él contestó:
-No lo sé.
Porque no lo sabía, pero lo sabremos.
Benito fue feliz, y mucho. Simplemente no le dijeron lo que en realidad era felicidad.
Benito era un poeta de la vida.
Y entonces, pinchamos un vinilo, y nos dejamos envolver por la historia.

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