lunes, 10 de octubre de 2011

Una pequeña manita.

Una pequeña manita.

El mundo de Ben caía a pedazos de nubes y de cielo. El azúcar se atragantaba y le picaba los dientes, como si los ojillos de los enanitos chisporrotearan como bengalas que nadie viera, dejando la espectación rendida durante segundos, cayendo, y cayendo, abandonando una lágrima sobre el firmamento, una estrella fugaz. Y en la soledad, cae un amanecer.

Una pequeña manita.

La libreta en la que había dibujado el mapa al fin del mundo, por olvidar los ríos, aparecieron de repente y destrozaron los campos por los que alguna vez viajaba, por los que alguna vez viajó. La atalaya dejó de piar, pero sus hojas suspiraban sus últimas intenciones, rozando la tierra como semillas de la que algún día un árbol lleno de historias iba a brotar. Y sería de otro, pero nunca suya.

Una pequeña manita.

A la orilla de la playa construyó aquellos castillos en los que viviría feliz, para siempre, ignorante de que la marea podría levantarse de su silla, y con su mirada tumbarte, desnudarte, amarte, cantarte. Todo es mar y es orilla si sigues vivo, y si la vida sigue viva, el ahogarse no es como gritar, es como gemir. Y ya ahogado, solo él, naufrago, puede salvarse.

Una pequeña manita.

Si construyeramos puentes al revés, nos llevarían a cualquier lado. La piedra no sería piedra, y el amor, no sería un cuento abandonado a la suerte, a los azotes de los tormentos que nos agobian los sueños, convirtiéndolos en inacabables pesadillas. Y en las pesadillas, o eres el vencedor, o eres el vencido.

Una pequeña manita.

De una niñita, dulce, tan extraña...
Porque al final, cuando todo se va y nos abrasa el alma, nos quedará la inocencia.

Ben agarró la pequeña manita, y empezó a caminar, con un puente al revés, o una sonrisa.


No hay comentarios:

Publicar un comentario