jueves, 6 de octubre de 2011

Yo sé que te vas, y tú, que te quiero.

Yo sé que te vas, y tú, que te quiero.

La gente triste se viste de felicidad y sale a la calle,
ergutendidos en sus propias historias,
que no tan bellas, nunca,
como las que invento más allá de tu ojos.

El reloj de arena no tiene piedad.
El placer suicida cada segundo y lo deja volando,
enceguecidos los labios secos,
gravada la gravilla en nuestros dedos de barro,
resbalándoseme la manzana con un swing tranquilo,
y un silencio.

Abiertos los platos como sorpresas
resulta que me vuelvo humano
y la coraza que tanto señalaba
se quiebra y estalla
clavándose aquí en mi pecho
y mi rastro llega hasta tu sombra
a cada paso más lejana
a cada paso más lejano.

Yo sé que te vas, y tú, que te quiero.

Si nos quedaramos contemplando el cielo te pediría
                                       que contaras cada estrella
hipérbole de que cuando amanezcas te irás con el visitante y el niño
y a mí me dejarás inocente en la noche
saboreando el eterno tropezar de los segundos,
contemplando la luna llena sin loba,
aullando.

Solo lo que llegamos a sentir es lo correcto,
solo lo amado es perfecto,
solo la moral nos hará libre
si solos la construimos.
La piel encallecida de nuestro cuerpo hace que el corazón
                                                              lata más deprisa
lo que de niños lo utilizabamos para soñar
ahora de niños lo utilizamos para huír
luego de niños lo utilizaremos para recordar
y en nuestro recuerdo aparecerá gravado ese
"quizás quiso decirle algo, pero nunca lo hizo".

Y quizás por eso nos duela tanto el swing
y el silencio pues

yo sabía que tú te ibas, y tú sabías que te quería,
y al final fue al revés,
o fue al derecho,
pero no nos lo dijimos,
y jamás lo olvidaremos.

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