miércoles, 30 de noviembre de 2011

Los versos malditos.

Debería quedar constancia
de todos los versos malditos
que nos dejaron cicatrices en la memoria.
De aquellos que no necesitan espejo
sino sombra y luz y sombra
para acudir a sacudirnos las curvas
del pintalabios, en la copa
de vino tinto o vino blanco.

Aquella noche, podrán recordar,
la nota saltó del piano
y nos atravesó la garganta
con novenas sinfonías,
símbolo sordo de la fatalidad,
y nos quedamos mudos
dejando las palabras más peligrosas
al suspiro de una rosa.

Pero siempre nos quedará París.
O las calles de Tokyo  
que repletas de ojos en vela,
tililando mariposas,
ignoran la terrible caricia
de un labio sobre un labio.

Debería quedar constancia
de todos los versos malditos
que hicieron de nuestra carne muerta
compás improvisado de besos,
poesía de poesías.

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