lunes, 9 de enero de 2012

El hombre sereno.

En la esencia del hombre sereno no existe debilidad. Un libro y una copa de sol y unas gafas oscuras. Amar tan solo los personajes, que no a las personas desdibujadas, creencia de otro escritor sin dotes, influido hipnóticamente.
El hombre sereno es simple pero solitario. Contempla hasta desgastar la imagen, hasta que la gota de lluvia pasa de lágrima a arena, y el ventanal se convierte en playa o en desierto, las piedras molidas en migajas, apetencia de sed, agua embotallada, falso espejo.
Dicen que en una gota de agua se puede reflejar el mundo, pero el reflejo anda al revés. Es en el sudor, en la gota de sudor, donde el hombre sereno existe con las falanges arrugadas, caminos de tierra exentos de caprichos, donde cada insecto molesta, donde la miel es abeja y zumba los sentidos con su insensata insistencia.
Pero cuando la miel es la miel y procede de una boca, el hombre sereno cae, se entierra como una semilla, germina como una planta carnívora incapaz de comer, pero quiere deshacer en su boca ese dulce sabor a melodía. Y lo deja de golpe, en cadencia rota. Respira en fusas. A esa boca le dará el agua que le queda, y va muriendo, hoja a hoja, el hombre sereno, ahora planta, luego nada.
Quizás a esa miel no le sirvan los dientes, pero esos dientes le sirven a esa miel. Cómo tan solo una palabra puede convertir el cuerpo de un hombre en un tallo, para entender la delgadez de una rosa.

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