lunes, 6 de febrero de 2012

Café para dos.

He hecho café para dos.
Lleva pasándome una temporada.
Me despierto o en una cama o a los pies de un escenario, por lo que espero el final del espectáculo si se da el caso. A veces, incluso, hay leones que huelen a margaritas (La naturaleza ofrece espectáculos maravillosos).
Cuando lleno la cafetera justo hasta ahí, reparo los mil errores que he cometido mil veces. La enrosco bien. Presiono bien el filtro. Cuento las cucharadas. Lo huelo. Pero siempre acabo equivocándome. Nunca habrá mañana perfecta, por lo que nunca habrá un café perfecto.
Lleno las tazas elegidas previamente por mí, que me han elegido previamente. Las tazas nunca necesitan indicarme por segunda vez quiénes son, ni hasta dónde, ni hasta cuándo, el azucar y la leche es de utilidad o excesivo.
Las dejo encima de la mesa. Yo soplo, y a veces nadie sopla al café que se ha quedado solo. Sólo queda el humo, desgreñado y disperso como una larga melena y sus buenos días. Al principio el café me sabe un poco fuerte: quema, agrio, en el paladar. Pero luego uno se acostumbra y sonríe mientras lo va acabando.
Cuando me doy cuenta, tengo dos tazas de café y ambas están vacías.
No sé por qué.
No me importa.
El día siempre empieza bien si haces café para dos.

No hay comentarios:

Publicar un comentario