sábado, 11 de febrero de 2012

Dame.

Dame.
Dame una ciudad con su tráfico en hora punta,
con sus pitidos y sus señales de fuego,
con sus semáforos tiritando en los sesenta.
Dame una época de exámenes y sus apuntes
en montañas rusas de alta ingeniería francesa,
con todas las caras hoscas con sus cabellos despeinados.
Dame un puesto en la cola del paro,
con los que confabulan y esperan su vida,
con los que cantan a las puertas de conciertos.
Dame un escenario calzado por entradas en reventa,
con las diez mil primeras filas ocupadas,
y el sudor de nuestros pies doliendo en los dedos.
Dame un poemario que pueda leer mi alma,
de un árbol cuya sombra una vez fue cobijo,
de unas hojas cuyo corte llegue sin pasar páginas.

Dame
por cada sentimiento acumulado
por cada amor indescriptible
Dame

Un beso tan solitario
como el estallido de una orquesta,
o el último de los aplausos
del mayor de los espectáculos.

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