martes, 7 de febrero de 2012

Maldita saxofonista.

Hoy necesito pasar página, empezar de nuevo.
La papelera se llena de trastos útiles, de música vieja, de discos plegables. Los he barajado cientos de veces en mis manos como cartas. Sé la marca de cada uno -esa mancha de ahí quiere decir que es Blue Train-, sé de donde vienen. Los callos de sus dedos, o aquel en el labio de tantos besos.
Pero ya está. Ya se acabó.
Los dejo de nuevo, por segunda vez, en la papelera. Estos trastos útiles, de música vieja.

Dejo otro. Otro que no sean esos (Ya estoy harto).
Un diente delgado se clava y por una boca bien abierta surge la música. Yo no me doy cuenta. Me acabo de encender un cigarro y la ventana está demasiado abierta como para saber diferenciar el sonido urbano de un coche al crujir delicado y suave del saxofón de Joe Henderson. Ya puedo decir que me he librado de mí mismo.
Espera...
          ¿cómo?
Me acerco al gramófono de nuevo. Y el diente bien clavado sigue allí en su sitio. Yo lo miro, extrañado, como a las rafagas de viento. ¿Qué hace Joe Henderson tocando en mi salón? ¿No lo había dejado en el fondo del olvido? Me acerco bien tranquilo al contenedor de trastos útiles. Y allí siguen los discos, pero no esas canciones.
¡Obras!
¡Y pego un respingo! ¿Quién me grita al oído en una habitación sin puertas? Salgo al pasillo y se me hace larguísimo. Qué... frío... hace... No hay ni un alma.
Pego la vuelta.
¡Suena tan fuerte la música ahora!
¡Cuatro voces como cuatro maldiciones! ¡Las paredes tiemblan y se quedan tan quietas! Los cojines se desbordan, las copas se escapan. Me voy de un sitio a otro. ¡Atrapo el vino en mis manos! Y el televisor ya no caerá. Acompaña al final el trinar de los pájaros. ¡La papelera da tumbos! ¡Mi casa quiere liberar la música! ¡La música quiere liberar la música!
¡PERO NO LO PUEDO CONSENTIR!
Separo la aguja del vinilo. Ya estoy más tranquilo.
Se acabó la música.
No van a vencerme.
Voy a abrir bien la ventana para que entre, que entre para siempre. Del sofá a la manecilla, pesado como el bastón de un anciano. He soplado ya mucho, y no me queda aire en los pulmones.
¡Ay!
Tropiezo con la papelera.
Los trastos útiles caen al suelo. Una sonrisa oscura en la alfombra. Oscura y redonda, compuesta de música.
¡Maldita saxofonista!

Ese día, el piso se vino abajo, desde los cimientos hasta los cabellos. Pero improvisando.

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