miércoles, 27 de julio de 2011

Falta de nicotina.

Hace unos días dejé de fumar.

Quien dice días dice horas.

Ni lo sé, ni me acuerdo, ni recuerdo como deben recordarse las cosas.

Me muerdo las uñas y doy paseos por mi habitación,
y uno, y otro, y otro, y uno,
impaciente,
desconocido de mí mismo.

¿Por qué estoy así si solo quiero,
pues eso,
fumar?
Tenerla entre mis labios,
absorverla,
consumirla,
y que me consuma a mí,
¡quiero que me arrebate la vida!
Quiero dejarla brillante entre mis dedos,
quiero que sea mía,
quiero dominarla,
y que me domine.
Quiero que su aroma me domine.

Cuando esté triste o nervioso que ahí esté ella,
cubierta por un vestido de papel,
dispuesta a corresponder mis miedos,
y calmarme.

Quedarme hipnotizado por su luz incandescente,
sin más palabras que el silencio de dos miserables que se necesitan,
que se matan poco a poco,
que se desean,
pero dos miserables que se tienen el uno al otro.

Poner la mano sobre su boca
y sentir el calor de su aliento
abrasándome la garganta.

Ya no sé ni de lo que hablo.
Será de ella,
claro.
De la Nicotina.

Cuánto la echo de menos.

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