domingo, 24 de julio de 2011

Un cuento de hadas -historia para no despertar-.

Érase una noche en donde lo que iba a pasar no le importaba a nadie.
Era de noche porque se veía la luna,
no le importaba a nadie porque estabamos tú y yo,
durmiendo,
con los ojos cerrados.
De acuerdo,
los míos no.
Mis ojos estaban bien abiertos,
contemplándote.
Tú,
revolución,
dabas vueltas y me besabas.
Yo,
el azotado,
buscaba mi aliento para que pudieras robarlo.
En realidad
-porque la realidad existe-
te lo presté.
Te presté cada uno de los segundos que pasamos juntos,
y los que nunca pasaremos,
esos,
los escribiré para siempre,
para recordarlos,
para hacer de mi memoria una función de teatro,
en donde hay un techo,
una cama,
y un millón de besos.
De vestuario...
¿Quién necesita vestuario si nuestras pupilas nunca dejarán de desnudarse?
¿Por qué ha de terminar todo cuando apenas hemos empezado?
¿A qué huelen las rosas cuando se están marchitando?
Ha sido bonito, dijimos.
Ha sido lejano, diremos.
Pero fuera lo que fuera,
fue nuestro,
y fue precioso.

No hay comentarios:

Publicar un comentario