sábado, 23 de julio de 2011

Tarareando.



Si grito es porque no tengo fuerzas para hablar más alto,
porque mis dedos tiemblan con el hermoso trinar de los pájaros,
y ellos vuelan y yo me quedo, inútil y desgarvado, mirando.

Si grito es porque no tengo ánimo para traerte a mi lado,
por si la presencia de tu sombra me cubriera la noche,
y esperando me quedara bajo las sábanas, soñando contigo.

Si grito es porque no tengo palabras para todos tus poemas,
ni piel ni besos ni momentos esculpidos en las estrellas,
ni labios en los que ir abandonando los suspiros que me prestas.

Y dime tú,
al otro lado del piano,
por qué desafina el arco iris,
como el lejano sueño de madrugada,
como el sentir de media cama vacía,
como el crepitar de una lágrima,
como el si sostenido de tu mirada contra la mía.

Pero luego surge el inesperado momento en donde el mundo se para,
y sin querer tú y yo acabamos durmiendo sobre las nubes.
Si tú te niegas,
yo me niego,
a que pase un segundo más entre nosotros,
a que haya una distancia mayor entre tú y yo que la de un beso.

Y ahora veis que solo grito,
porque no puedo hablarte más alto,
porque quiero hechizarte yo mismo,
como tú me has hechizado.
Y me paso las horas muertas,
buscando en mi libreta algún hueco en blanco,
allá donde tu sonrisa no está aún dibujada,
y bajo el sonido de trompetas,
unos zapatos de claqué,
cierro la puerta del coche,
le digo adiós muy tranquilamente,
y tarareando,
doodle doo doodle doodle,
bajo la calle,
y me pierdo,
y pierdo al mundo,
y le grito,
le grito tan alto,
que no hay alma que no escuche,
ni sorda, ni muda, ni ciega,
los poemas que,
solo,
por la calle, cuesta abajo,
voy tarareando.
Doodle doo doodle doodle...

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