jueves, 29 de septiembre de 2011

Cómo empezar desde el principio.

Cómo empezar una fábula cuando ni tú mismo has entendido el significado de la misma.
La misma,
pero tan diferente sombra de la postrera lumbre que a la luna podría dedicarle el miedo.
El miedo,
que cubre a la noche las ventanas de recuerdos de vaho y teclas enmohecidas de un piano.
Un piano,
acariciando voz de mujer tan tallante ante la tela de Atila y triste tristeza de cruel melodía.
Cruel melodía,
no porque el alma diga rabia o diga ira sino porque dice hola y se abren sus más tiernas caricias.
Tiernas caricias,
arrebatadas por el futuro que nunca nos dejará ser presente al amparo de nuestras gargantas.
Nuestras gargantas,
cuyo mensaje de latidos lejanos echan de menos el atisbo de esas cuerdas de esa guitarra.
Esa guitarra,
que sale molida en las fotografías que no nos echamos e íntima en cada una de las fábulas.
Las fábulas,
cómo empezar una si ni tú mismo has entendido por qué te cuesta tanto olvidarla.

Porque no quieres.
Porque la amas.

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