jueves, 29 de septiembre de 2011

No soy nada sin ella.

Como da la casualidad de que tengo la ligera libertad de ser caprichoso, de elegir en mi vida qué gilipollez dominará mi cabeza y, simplemente, llevarla a cabo, como capitán, como hombre libre y apagado de un barco que todos sabéis cual es el nombre, pero yo no quiero recordarlo, sino temerlo, como el resto, como vosotros, mortales.
No sé en qué momento de mi vida aparqué las ganas de decir "hoy no es día de decir", y como siempre tendré la capacidad de dejarme llevar, de dejarme engatusar por los segundos, de consumirme por ellos, de ser arena cayendo muerta en la parte de abajo, que en realidad no es más que la de arriba, pues hoy hablaré; Más porque puedo, que porque deba.
Luego está ese lánguido dedo que acaricia mis entrañas y me dice "no eres nada sin poesía" y otro, que cada mañana me recuerda "no eres nada sin ella". Entonces, claro, no me queda más remedio que seguir haciendo algo parecido a escribir, que podríamos traducirlo por transcribir trocitos de desaliento, del alma, de doremís...
No soy nada sin ella.
Ella, claro, es la poesía.

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