viernes, 14 de octubre de 2011

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-¿Te crees que por saber manipular a la gente estás en tu derecho de hacerlo?
Le preguntó Esmeralda, una jovencísima madre, cuyo niño, de dos años, danzaba entre sus brazos con el latido de sus pasos inquietos, la sutileza nerviosa sobresaltando en sus hombros, cargando con el estallido, constante, intenso, a golpes, de una mirada, tras el antifaz inquisidora, cuya sonrisa en esbozo pertenecía a Benito, y este a nadie.
Shhh...
-No. Pero puedo.
Esas fueron las primeras palabras que Ben recordaría, y que jamás olvidaría. Pero antes vino como una melodía de guitarra, tranquila. Suavedad, dureza, lágrimas, shhh constantes, el caer de las manos en un raspado como de caricia en la espalda, de uñas en arpegios sobre la piel, el reír sin dientes, con los ojos bien abiertos, la boca en O.
Esmeralda sentada en aquella silla, que con su crujir indicaba que estaba viva, pero vieja de huesos e intenciones, con sus cabellos rubios machacando la madera desvencijada. Benito, el padre, al otro lado, alargando la oscuridad como se alargan las farolas. Eso que antes era un hombre, se convirtió en una sombra, hasta que un día una casualidad se lo llevó.
Benito, el padre, postrado en la cama como se postra el orgullo.
-Apenas tienes cinco años... ¿Para qué voy a explicarte nada si hay niños de 50 que tampoco quieren entender nada? Adiós, hijo. Aunque no lo parezca, te quiero.
Y eso, Ben tampoco lo olvidó.
Como no olvidaría jamás los croissant de chocolate que su madre le preparaba, y calentaba. Ni olvidaría el olor del hojaldre, ni el tacto de las napolitanas quemándole los dedos, ni esas ensaladas con una carita sonriente, ni el hola de la abuela que quizás murió de niña y luego de bebé, ni olvidaría la silueta de brazos abiertos que con su cabello en do mi fa clamaba libertad de esa chica recortada por el sol, ni esa sonrisa, como el estallar de la cuerda de una guitarra, como la calma de afinar un instrumento, una vida, y la sutileza con la que tratamos al enfermo cuando está enfermo, y al triste cuando está triste, y al blanco con el blanco, y al negro con el negro.
Y a los recuerdos con recuerdos.

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