martes, 25 de octubre de 2011

No te quites las gafas.

Como si pudiera ser un lamido o un gemido su piel se acerca
y no sabes si decir hola o bésame la boca.

Quieta, no te quites las gafas,
por si quisiera prenderle fuego a tu ropa
con el clamor incandescente de tu peligrosa mirada.

Con elegancia reptas de mis pies a la garganta,
entre tus dientes la tierna fruta
y yo imagino que muerdo esa manzana
y que el jugo de tu lengua recorre desesperadamente mi alma.

Te inclinas para desplazar con tu lengua una pieza de las damas
la sangre de mis latidos volviéndose corrupta
el tablero lleno de cuerdas de guitarra
y los acordes sonando, sabiendo a picardía.

En su piel se insinúa el esbozo de su carne desnuda.
En su cuello los dedos se encienden como cerillas.

Cuanto más cerca de su boca más peligra tu vida.
Y qué poco te importa...

No. No te quites las gafas,
por si me devoras,
o peor todavía:
por si no me devoraras.

No hay comentarios:

Publicar un comentario