lunes, 30 de enero de 2012

No me sirve de nada ser primavera o un incesante rabillo del ojo para estar atento a las mentiras, metáforas de la vida, conjunto de trovos de los silencios o dedos temblando, de los eeeeeehs alargados como una cortina de teclas sucediendo, descorriéndose, agitándose. Pero soy buen fingidor, y puede, solo puede, que tú veas mi actitud de interés, mis garras sobre las nubes, mi paraguas de punta redonda, pero yo me digo que no, que no sé hablar ni escribir ni celebrar, sé mentirme, igual que tú, alargándo una nota, justo esa, un silencio blanco en cuatro tiempos, en mil transistores sonando a la vez sin decir nada, porque el silencio también suena, porque cuando estás bajo el agua, consumiéndote, los peces no te hablan, pero te dicen que te estás ahogando, que te mueres, y el silencio te da la razón, y es perfecto. El monstruo está escondido en el armario, porque no quiere ver lo que haces, ni quiere que veas como llora, como se deshace. Pues no hay más monstruo que la débil criatura que señala la herida, porque el monstruo, cuando existe, cae por la montaña escarpada, golpeado por las cientos de miles de piedras, y por eso se esconde, buscando en las costuras de la puerta esa lacerante descarga, la de una pesadilla, la de una amargura cuando te quedas con la almendra agria y a otra casualidad, a otro instante, le cedes, de tu boca, la almendra salada, que le deja con la sed, y pasas a darle el agua con tu boca. Y todo eso el monstruo lo ve. Se vuelve oscuro, taciturno. Las promesas que le hicimos al tiempo, y ahora mentimos. Ya no es tiempo de estar seguro. Somos el transito de nuestra propia generación. Emily, querida, déjame tranquilo una eternidad eterna, hasta que aprenda a tocar el piano, y me vuelva loco, loco como los aguacates, o las semillas, loco como el cáncer, o los árboles, loco como las carreteras y los valles, loco como la sangre, loco como la media tarde, como las cerillas, las mechas, la dinamita, loco como los puntos y aparte, loco como la codicia del desastre, loco como el número veinte de una diana, loco como el descendiente loco de los dictadores, como las ardillas y sus dientes, como la antena parabólica para las teles. Pero no loco por ti, porque si me vuelvo un poco más loco por ti, voy a acabar viéndote en cualquier parte. Y no quiero verte.
Somos la puerta cerrada de un garaje.

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