La
puerta se cierra como un estallido de una batalla perdida, como una verja cuya
cárcel son las calles y el mundo, con un suspiro que te declara culpable, con
una mirada a tierra donde no estarán sus huellas.
El
camino de vuelta a casa se vuelve difícil sin música. Él la deja a ella subir
en el ascensor. Ya habrá abierto la puerta y habrá olvidado todas y cada una de
sus palabras. En realidad no tiene un plan. Nadie tiene un plan. Tenerlo
significa ignorar la aleatoriedad de la vida, su capacidad de azar, su puesta
en escena majestuosa con las telas que encuentras en el almacén del teatro o en
los cubos de basura de la calle, las cajas de zapatos llenas de piedras en las
que subirá el actor maquillado para ganar algo de dignidad, de comida, o de
pasta. Nadie se toma en serio el trabajo de un artista. Nadie construye puertas
tan solo para que los cruce una persona y le lleve al país de los sueños, allá
donde las paranoias tienen piernas y voces, y los gritos se diferencian unos de
otros.
¿Ahora
qué? Volver a casa. Eso hace. Desandar lo andado. Andar dos veces el camino por
milésima vez para alejarse más que nunca. Pasar por delante de la catedral y
que no te parezca tan hermosa como hace apenas unos segundos. Recorrer las
calles y que sean más largas, que haga más frío, que haya menos gente
deambulando y que esta gente te odie como te odias a ti mismo en ese preciso
instante en el que te agobias, te declaras idiota, fracasado, inútil, soñador,
y por alguna extraña razón buscas la cama. Buscas que al día siguiente el sol
te haga ver las cosas como son. Pero tan solo su sombra es tan hermosa… tan
bella… Que brilla, y con los ojos cerrados, las manos atadas, los dedos
quemados, la sientes tanto que te duele, y vas muriendo poco a poco en el dolor
de tu garganta, en las palabras que quieren salir y no existen.
Las
puertas de los pubs siguen repletas de criaturas que no conoces. Mañana será
otro día, y te volverás a cruzar con la misma gente, y con ni una de ellas.
Será esa cara con distinto maquillaje, con otro lápiz de labios, con otro
carmín y otras rosas, con otro disfraz y otra historia, pero siempre la misma
moraleja aburrida, la misma carcomida y triste conclusión, la de la soledad, la
de las puertas abiertas y que no sea capaz de entrar ni el viento. Y si este
abriera la puerta, soplaría frío y en la nuca, erizándote el vello, como
clavos, como espinas, pues los pétalos se han caído, nunca te importó su color,
y nunca te importará.
Alrededor,
el tiempo te agarra del cuello y te echa hacia atrás. La ropa te pesa por
cadenas de plomo tintadas en oro que no te dejan avanzar. Vas conociendo cada
una de las baldosas, sus colores y sus formas grotescas, a demonios, a
criaturas con orejas picudas y dientes como llaves para abrirte el vientre,
para dejártelo seco y moribundo. Pero no puedes fingir, no puedes decir acaso
que no tengas nada, porque llevas tanta tristeza encima, que parece que te
aplasta.
Descubres
que la luz que te señala no es a ti, que ya estaba cuando tú pasaste. Que es un
dedo, una uña, que te llama pulga, insecto. Que tú no querías. Que entre las
cosas que pediste cualquiera que fuera de ella te habría valido, más de lo que
te merecieras, quizás un insulto o un poema. Que tú le habrías dado una carta
en blanco como un cheque, donde cualquier sentimiento cupiera con letras
grandes o pequeñas, con gritos y susurros, ya fuera dulzura o ira. Sobre todo
dulzura o ira.
Y todas
las estrategias para acabar con el mundo se te amontonan. Sabes que puedes
hacerlo minúsculo hasta despreciarlo, que sería arena, o noche, o inútil como
la luna. Que no valdría ni uno de sus caminos, como si no llevara a ninguna
parte, como si en realidad los arrancara y los echara al fuego y aun quemándote
sus gentes y criaturas no se darían cuenta. Sólo verían el color de la llama,
el naranja, o el rojo, o el azul, y la ceniza, lo que poco a poco iría quedando
de ellos, sería aire que configuraría ese mundo diminuto que podría con sus
estrategias tener entre las manos, como una canica, directa a la alcantarilla.
Subes
un millón de escaleras y esperas que el esfuerzo valga la pena. Esperas que en
realidad todo lo que haces tenga algún sentido y que los escalones, como gotas
de sudor, se acumulen en tu frente creando un mensaje de esperanza. Pero en
realidad te dicen la verdad: a veces te cansas por nada. La suciedad como ley
de vida. Cada segundo una mota de polvo que te impide respirar. La casualidad
como cáncer. El tiempo como accidente: Enseguida está, enseguida desaparece, se
convierte en humo, te asfixia, te mata, te muere, y sigues adelante, como si no
hubiera pasado nada, como si en realidad nada pudiera pasar, y eres nadie,
sumido entre tus sábanas, con una guitarra en la mano, una púa, y Wish you were here.
Quizás
decidió el momento de recordarte, aún cuando no lo había decidido. Quizás
decidió el momento de recordarte, cuando las caricias jamás habían existido.
Quizás decidió el momento de recordarte, cuando la música no había nacido.
Quizás decidió el momento de recordarte, al instante antes de…
La
complejidad de su paso, la melena aislada, la nariz chata entre mejillas
dulces. El pecho latiendo como nunca antes, pero el sonido de su presencia
tapando los sentidos. La complejidad de sus pasos, su inusitada melena, el
milagro de sus mejillas apuntadas por una nariz, y rematadas por una boca, con
labios, con dientes, con garras, con todo, con nada.
So…
Que has
vivido aventuras, vestida de caballero, que has matado al mundo, sin
desenfundar un sable, que han visto el mar, perdiéndose en tus ojos, que se han
perdido por el desierto, visitando su vientre, que apareces por las noches, como
un fantasma azul, con besos por repartir, y no traes lo que pueda caber en un mundo
tintado en gris.
La
complejidad de sus movimientos, su melena eterna en compases y notas, las
mejillas en mundos y la nariz como la luna, rematado por un abismo rojo,
intenso, tan prohibido, que sólo quieres pasar para morir en el intento.
Cómo
puede ser…
Cómo
puede ser que de todas las cuerdas, tan solo pueda escuchar en ellas el sonido
de tu voz, tanto tus síes como tus noes. El rasgar de tus uñas en mi pecho,
cuando me dejas huir, en lugar de encarcelarme para siempre junto a ti.
Me parece muy bueno el capítulo, sirviéndose de todo.
ResponderEliminarPor casualidad, Endeudao, ¿tocas la guitarra?