martes, 24 de enero de 2012

Track 2, primera parte.



Hay profesores que debieron nacer con vocación para ser monologuistas, pero su falta de talento los encerró en las aulas obligando a sus alumnos a escuchar esos terribles chistes que solo ellos entienden y que tan solo a ellos le importan. Es como ese amigo que no para de soltar bromas para meterse en medio de la conversación siempre con una carita sonriente, como si ya formara parte de la familia. Sin embargo, las amistades universitarias son un enlace de necesidad secundaria, con fecha de caducidad de tres a cinco años desde su aparición, dependiendo claro está de cuanto dure la carrera.
Fingir que prestas atención tanto como a ti mismo.
Por suerte este nuevo siglo XXI permite tener frente a uno esos queridos aparatos provistos de ciertos de artilugios y jueguecitos estúpidos que no llevan a nada pero que no hacen que te compliques la vida como un poema, una novela, o un beso. Esa necesidad de perderse por los entresijos y cables de internet es más por costumbre, como el tabaco o la televisión, que por una certeza de utilidad. Te va consumiendo. De pronto es de noche y sabes que no has hecho nada con tu vida. Viejo, como un árbol o una colilla en un cenicero. Como un profesor sin ganas de enseñar.
No seremos Sonny Rollins porque nunca nos han dicho quien es Sonny Rollins.
-¿No deberías estar haciendo la práctica? –le pregunta uno de los profesores a él-. Para eso os dejo esta hora libre.
-Ya, lo sé.
-¿Entonces?
-Me gusta hacerlas en casa, me concentro más.
-¿Y ahora qué haces?
-Escribir poemas.
-¿Poemas?
Poems, no less! The laddie reckons himself a poet!
-Sí –es tan evidente señalar lo evidente que se convierte en estúpido.
-¿Y puedes concentrarte en eso y no en las prácticas? Así tienen que ser…
-Pues como sus clases…
-¿Perdona?
-Que tienen mucha clase.
-¿Quién?
-Mis poemas –es tan evidente señalar al estúpido que se convierte en evidente.
-Pues no son horas de hacer poemas. Sino prácticas. Así que ya sabes.
No son horas de hacer poemas. Como si hubiera alguna hora de hacer poemas.
La chica del colgante, que se solía sentar a su lado, apuntó con una ligera carcajada:
-Vaya tela… Un día de estos…
-¿Qué? –los puntos suspensivos son frases inconclusas. Cadencias rotas.
-Un día de estos te van a decir algo de verdad –concluyó.
-Ya me dicen algo de verdad. El problema es que me lo dicen como si fuera mentira.
-No siempre puedes salirte con la tuya –dijo sin mala intención la chica del colgante.
-No intento salirme con la mía, solo estar un poco tranquilo.
-Pues el día que lo intentes…
Cadencia rota, esa frase inconclusa supuso una obra maestra. Ahora, claro, era el momento de empezar la suya. Así que, simplemente, se levantó.
Cómo una frase puede cambiar el rumbo de una sombra. De la deriva a la orilla hay tan solo un instante.

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