miércoles, 25 de enero de 2012

Track 2, segunda parte.

Ella se levanta y amontona los deberes en el mismo sitio en el que deja la ropa, las ganas de comer, las legañas. Se viste con la ágil presteza de una observadora. No puede ser que esto no tenga sentido, y en la partitura todo caos tiene un orden. Se ha visto de beige sobre las piernas, de rosa chicle en las caderas porque hace invierno y es frío.
Entretanto, todo movimiento de su melena es un remolino inconsecuente aspirante a tornado. Los cajones se abren un segundo antes de saber el motivo. La cama observa sin mucha atención como la deja dormida, envuelta en sus propias sábanas, con harapos por encima, papeles y apuntes que no llevarían a ningún sitio, que en algún momento de su vida pasaría a limpio sabiendo de antemano que es imposible entenderlo todo: Por muchas veces que te laves la cara siempre será la misma. Y lo sucio es tan divertido...
Parecer no es sinónimo de ser. Pero sin ánimo de ser son las ocho y media, la hora de irse, de cargar la mochila con las hojas entintadas en palabras jeroglíficas que la paciencia desentrañaría bajo las paredes de la biblioteca que curiosamente apenas siente como se abren sus libros, porque pesan, los libros pesan, como las conciencias. Será quizás que la conciencia es el libro donde apuntamos nuestros suspiros. No los suspiros a medias -de esos ya quedan pocos-, sino los alargados.
Se agobia. Las escaleras se triplican y el ascensor tarda tanto en subir como en nacer. La puerta pesa y el mango está frío. En la calle el viento sopla helado como una cuchara de metal. Hoy hemos olvidado los auriculares y Nina Simone no nos cantará en el trayecto aburrido de la habitación cerrada a la inmensa universidad. Jardines extensos en los que perderse, y ni un monstruo acechando. Ella resopla porque no hay nadie escuchando todo lo que quisiera decir.
El día acaba de empezar, y ya son las ocho y pico, casi nueve.
De pronto suena el móvil con un alentador timbre. Un sobre en la pantalla.
¡Buenos días, princesa!
Está loco, piensa ella. Él está loco. Pero está dibujando una sonrisa, y no sabe por qué.
El día acaba de empezar y son apenas las ocho y pico de la mañana, ni las nueve.

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