jueves, 26 de enero de 2012

Track 2, tercera parte.

Claro que puede ser tan solo un momento.
La clave para todo estratega es esperar. Esperar a que pase el tiempo manteniendo siempre una sonrisa, para cuando caiga el enemigo te vea casi estúpido, indiferente, frío, tratarlo con menos emoción que a un insecto.
Luego todo debe ser casualidad. Intención primera del teatro. Fingir está mal. Fingir es idiota. Fingir es un truco barato que no conduce a nada. Tener un objetivo, atacar, escribir, desentrañar, pero sin que parezca que eso es lo que quieres hacer.
Toda persona es una herramienta con sentimientos, y los sentimientos son las palancas para manejarla. El problema yace en ser instrumento involuntario de alguien, salir corriendo hacia la parada del autobús tan solo para dar un vaso de agua.
Todo locuras, claro. Él no bebía agua, bebía cerveza. De hecho, estaba acabándola, contra la barra, atento al escenario.
-Me vas a poner ahora un cubata. Me apetece -dijo él al camarero.
-Claro, hombre, ¿de qué lo quiere?
Él, a través de amplias y sinceras señales de fatiga mental, acicaladas con amigables sonrisas, soltó un billete de diez euros.
-Quédatelo, pero hazme algo que me sorprenda.
El camarero, en su pose de servidor cogió el billete, dio las gracias con elegancia y rápidamente se puso manos a la obra.
-¿Quién toca hoy?
-Un grupo de blues.
-¿Es bueno o malo?
-Bueno... -el camarero soltó una carcajada en medio de la tarea. Él giró el rostro en faz cómica, algo borracha, inocente, y estúpida-. Son un poco malos, pero es lo que hay.
-¿Cómo que es lo que hay? De verdad, tío, este tipo de cosas me dan rabia. ¿Es que no hay gente buena por aquí que haga buen blues?
El camarero siguió con su trabajo, asintiendo entre las sombras como un búho enamorado. Curvó la linea de la boca hasta ampliarla tanto que la abrió durante un instante.
-¿Qué? -estaba apunto de decir algo y él quería saberlo. El camarero hizo señal de negación con su silencio pero él insistió- No, en serio, si ya ves tú...
Esas frases inconclusas tipo que no dicen nada pero sirven para todo...
-Yo que sé, hay grupos mejores. Pero el jefe es el jefe.
-¿No pone más pasta?
-Algo así.
-¿Pone mucha?
-No... no mucha, la verdad...
-Hombre -se sinceró él con toda la seguridad del mundo-, lo que no puede ser es que grupos sin trayectoria quieran venir así cobrando una locura. Es que ya hay cosas que cabrean.
Hubo una furibunda mirada por parte del camarero cuando le puso la copa justo delante, queriendo decir tantas cosas, callado por tantos motivos... No interrumpió sus pensamientos una torpe guitarra soleando, ni siando con un rasgueo pobre y rápido. Los músicos se iban amontonando y preparando lo que debía ser la prolongación de su cuerpo, pero en realidad se veían en el escenario como si estuvieran en el escenario, por encima, como el animal dentro de la caja, como ratones en un laberinto incapaces de salir. Él le echó un vistazo a su playlist y daba realmente lástima. Sharp Dressed Man cerraba un círculo de canciones que serían incapaces de tocar con presteza. La hoja además estaba plagado de pseudoblues, de esas canciones pausadas, de apariencia romántica, que por motivo de la incultura llamaban blues. A cualquier cosa llaman música, apuntaba ella, perfilando con un de verdad tan profundamente suspirado que podría carcomer las paredes o al menos entristecerlas. Una Fender Stratocaster nuevecita, con un amplificador propio y un cabezal Marshall, con un pedal con doscientas funciones. No se toca con la tecnología, se toca con la técnica. Un fallo lo tiene cualquiera, pero a veces ese fallo es tan gordo... Le prestó atención a los platillos, a la caja, al bajo de cinco cuerdas, a la otra guitarra... Jovenzuelos con mucha pasta. Apenas dieciocho o diecinueve años. Y eso era un bar donde no se dejaba entrar a menores de veintiuno. De todos modos, unas criaturas así no buscaban el dinero, buscaban la fama, nenitas de quince años con las bragas mojadas por el mero hecho de haber conseguido desenvolverse con tres acordes y un ritmo repetitivo y maltratado. La pregunta no era cuánto le habían pagado a estos chicos...
-Han pagado ellos por tocar...
-¿Cómo?
-PROBANDO PROBANDO
-Nada, que muy rico. Nos vemos.
-Hasta luego - el camarero se despidió asustado.
Él salió a la calle. Frente a él el cartel del grupo: Grupo de jóvenes artistas, el futuro de la música, del blues, incluso del jaz. ¡Con una z! Eso sí que no lo podía perdonar.
-Oye, chaval -llamó él a un chaval perdido que pasaba justo por delante en ese instante.
-¿Me dices a mí?
-Sí. Tengo una cosa que proponerte -dijo él encendiéndose un cigarro-. ¿Te gusta este sitio?
Un chaval perdido miró el letrero y encongiendo los labios mostró su disgusto.
-Pues no.
-Perfecto. Te doy veinte euros si entras tranquilamente, coges el micro y dices "esta gente es una inútil que han tenido que pagar para poder tocar en cualquier parte". Y luego te vas.
-¿En serio?
-En serio.
Eliminar competencia. Eliminar competencia como quien fuma un cigarro. Fumar un cigarro como quien no planea nada en absoluto. La nada absoluta como actitud. Hay que ser hijo de puta, dirían algunos, pero ¿a quién le importa? Cuando alguien dice algo que nadie espera se quedan expectantes, para juzgar cada paso, cada nota, cada cuerda y cada guitarra, cada letra enlacrada, cada instante. Los que sospechan que el espectáculo será desastroso, dejarán la clase porque se les escapa el autobús procurando no hacer ruido con la silla para no herir sensibilidades. Nunca jamás volverán con ese profesor.
No hay nubes en el cielo pero hay cigarros que matan a base de fuego y paciencia. Un masaje en los pulmones que poco a poco va deshaciendo los músculos, por culpa del desgaste.
- HAN PAGADO A ESTA GENTE PARA TOCAR AQUÍ PORQUE SON UNOS NIÑOS DE PAPÁ Y MUY MALOS. ADIÓS.
Pero a todo el mundo le gustan los masajes, ¿verdad?
¿Verdad?

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