martes, 21 de febrero de 2012

Carta a un sueño.

Hoy has estado a punto de matarme, pero no lo sabes.
He subido por las escalera como si fuera en ascensor,
a pesar de que vivías en el último piso de la última calle.
En mis manos, tus palabras a tiras rebozadas en azúcar
habían dejado mi piel pegajosa para tu piel tan reluciente,
aunque me dijeras tantas veces que preferías las blandas,
te las traje todas a riesgos de tu risa tornada en bronca.
¿Recuerdas cómo llevaba tu boca al silencio de mi mirada?
¿Cómo bailabas pequeña mona en los recovecos de tus sábanas?
Yo recuerdo tus uñas tintando en pinceladas nuestros segundos,
los únicos que vale la pena dejar en una carta cualquiera,
o en un sobre de café, o en un bote de coca cola, o en el sol.
Pero no las abandonaba al fuego, sino para no quemarme,
para hacerlas más ciertas, y al verlas tan lejos, allí seguían,
brillando más día tras día a los ojos de un pobre ciego,
sustituídos todos y cada uno de tus gestos por la oscuridad.
He dejado mi mano en la puerta fría como una pared.
Y allí frente a mí has cerrado mil veces con tu sonrisa,
Y allí frente a mí me prohibiste regalarte mi último beso.
No digas nada, o dímelo todo, pero no digas que mentía
cuando te llamaba poesía si dejabas tu rostro dormido.
No digas que no querías verme al otro lado de tu puerta.
Hoy has estado a punto de matarme, pero no lo sabes.
No sé si tus armas hubieran sido tus gritos o tus garras
porque hay heridas que necesito, y otras que no cierran.

No hay comentarios:

Publicar un comentario