domingo, 19 de febrero de 2012

El bibliotecario.

Las cajetillas de tabaco se apilaban
como libros envueltos
uno
encima
de
otro
en la biblioteca.
Era tiempo de orden
arena cálida en las manos
se disemina como el mar
dorado y sediento de calma.
Ya no quedan castillos
de arena ni torres vigía.
El hombre reparte
cada hermano con cada hermano,
los favoritos de papá o de mamá,
los rebeldes, obstinados rebeldes,
que dejan muescas en carreteras,
en varandillas de metal oxidado.
Son trapecistas.
los libros son trapecistas,
el hombre en la escalera
la lengua afuera cual sarnoso
es uno más.
Y se hace viejo
porque son muchos hermanos
los de aquella familia.
Al hombre le cae la ceniza,
el polvo le agrieta las manos,
el humo le arruga el rostro.
Fumar segundos envejece.
Pero tiene tantos nietos
y bisnietos
y tataranietos
que los quiere tanto o más
como cuando compró la primera cajetilla de tabaco...
Ha pasado mucho tiempo.
El anciano lo sabe.
El anciano ha menguado.
Está todo perfecto,
solo piensa.

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