Hay un dato
irrelevante en esta historia, y sin embargo, es el más extraordinario.
Antonio fue
a comprar el pan. Fue a comprar el pan vestido, con las gafas bien puestas tras
soplar un par de veces, y pasarle una servilleta.
Antonio pagó
a la panadera de más, esperando las vueltas con una sonrisa más. Había sacado
el dinero de su bolsillo automáticamente.
Antonio
volvió entonces a su hogar, con dos barras de pan, las gafas limpias y bien
puestas, y calor. Mucho calor.
Cuando fue a
abrir la puerta, comprendió que algunas necesitaban una llave. Una llave traída
de casa, o del hospital del que proceden las llaves.
Antonio fue
entonces a llamar por el móvil, justo en el instante en que la mujer de su vida
pasaba a su lado. Algo consternado, no le dio importancia.
Las llaves
se estaban pegando una juerga junto al móvil, comprendió. La infidelidad le
cayó como un puñal.
Contemplando
la cabina, comprendió que sin monedas, no había gloria.
Para cuando
apareció su vecino habían pasado trescientas diecisiete personas frente a él, y
descubrió que todos llevaban el mismo coche.
-¿Por qué no
le has pedido el móvil a la camarera? –quiso saber el vecino un instante antes
de dejárselo. -¡Vaya! No se me había ocurrido.
-Vaya… Para
ser un músico reconocido mundialmente eres un poco despistado. –Sí… Gracias,
por cierto. Voy a llamar al cerrajero.
Este hombre
en realidad llegaría a tener dos mil quinientos años. Luego, se olvidarían de
él.
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