miércoles, 29 de agosto de 2012

El hombre inmortal

-Yo viviré eternamente.
Tú apenas te acordarás de mí
cuando volvamos a encontrarnos.

Y ella, diminuta y de ojos grandes,
hinchó sus mejillas y le dijo
que no, que siempre le recordaría.
Tenía apenas ocho años
y era grande.

El hombre inmortal cerró la puerta.

Luego pasarían treinta años.
Ella elegía aquellos de azúcar
o los otros de cartón.
En el carrito un niño gemía.
Era tan pequeño
que no era nada.
Con un suspiro
los otros
fueron elegidos por ella.

-Tiene usted un niño muy guapo.

-Gracias, dicen
que se parece a mí cuando pequeña.

-Yo conocí a una niña
igual que este niño.
La niña
era grande
como sus ojos.
Narraba la vida al mirar.
Esa niña 'sería una heroína"
pude escuchar
que lo decía
sin maldad.

-Cosas de cuando eres pequeño.
Yo antes era igual.
Creía.

-¿Y cree en la inmortalidad?
Yo viviré eternamente.
Tú apenas te acordarás de mí
cuando volvamos a encontrarnos.

-Lo siento, señor,
pero nunca me he cruzado
con alguien que no conozco.
Pero jamás le olvidaré.

Y pasaron cincuenta años.

Máscaras de un cruento carnaval
respiraban por ella
y su pecho se divertía.
Una flor que nunca vería marchita
cayó de la mano de un hombre.
Ella anciana abrió los ojos
y puso mano a la mano.
Piel pulcra, blanca y bella
como los recuerdos de antaño.

-¿Quién es usted?

-No lo sé,
dímelo tú

Y cerró la anciana los ojos
con la mano atrapada
bien fuerte.

-No lo sé.
He olvidado
por olvidar,
como ir en la montaña a la cima,
y he acabado siendo un monte.
He olvido la presión en mis oídos
por no ahogarme desnuda en la orilla.
He dejado los recuerdos en arcones
y al final se han vuelto maldiciones.
¿Qué queda de mí?
He olvidado que soy
una prolongación de mi cuerpo.
Que los ciegos besan
con los ojos bien abiertos.

-Bella.
Le dijo simplemente,
y le besó la frente,
y le cerró la puerta.



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