domingo, 23 de septiembre de 2012

La ciudad de los gatos

Por muchas vueltas que diera la ciudad estaba obtusamente vacía. ¿Dónde aquellos patos bajo el puente que pretendió en adivinar entre ellos un cisne? Sólo el ruido de las aguas raspando como si fuera el silencio prolongado por una mano sobre la arena.

Ni gaviotas, más al fondo, de mirada en sonrisa más oscuras que las nubes. Ni perros, ni dueños de los perros, ni correas estiradas sobre puños abatidos. ¿Dónde? 

¿Estaba gritando? Quién sabe... No hubo quien se asustara, ni pupilas temblorosas la acusaron de locura. Quién sabe dónde estaba todo el mundo. No tras los escaparates. Tras los escaparates sólo ella. Tras los pasos de peatones, rojo y verde caminante, sólo ella. Tras los coches, todos a fila, sólo ella.

La ciudad era un laberinto de casas vacías y de gatos, pero todos sabemos que lo gatos no existen.

¿Dónde estás? Hablaba para sí y le respondían las placas de las esquinas, algunas desgastadas, otras brillantes, pero todas impasibles. Los nombres de los comercios brillaban distinguidos hasta volverse hoja del mismo cereal, por lo que se fue hasta un callejón, hundiéndose en sí misma.

Una lágrima cayó a los pies de una palabra: 

Sé que existo porque tú eres capaz de hacerlo realidad.

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