El perro con unas gafas de leer y una bata de
estar por casa lee frente al periódico lo acaecido ayer, día del libro. No se
sorprende, su olfato y su intuición ya le habían avisado de todo aquello. Pasa
de página como muere la llama. El crepitar no se detiene, arrasa, basto, con
todo a su paso, dejando un rastro de luz que quema. El perro no se acerca
demasiado, no lee demasiado.
Pero eso no es nada nuevo. Pronto nadie
leerá. Suben las tasas, cierran bibliotecas, estrategias de guerra que siguen
adelante, promesas que irremediablemente se partan con un partir de batuta
desenfrenado, condenando con paciencia, como el que no condena, como el que se
deja hacer, como el que mira la vara y la sigue al ritmo. De fondo, se escucha
un redoble de tambores que hace hablar a las montañas.
El perro es en realidad un perro. No sabe
leer. Los periódicos dicen cosas que él jamás entendería, porque él sabe la
verdad. Él señala la verdad y la entiende pasando de página, bajando tan sólo
un poco las gafas, en donde crepita el saxo, en donde crepita el fuego. El saxo
sin boquilla, pues claro, le han quitado los presupuestos a bandas, las han dejado
mudas. Y al resto de sistemas.
Al sistema bípedo lo atontan desde críos. Los
tratan como verdaderos animales. Y el perro, que es sólo un perro, se lamenta,
pues la criatura bípeda no tiene esa intuición que hace que el perro pueda
leer, aunque no sepa. Porque le han dicho que leer no sale rentable, que en un
par de días todo aquello por lo que merece la pena sentarse en un sofá con una
bata y un periódico dejará de valer la pena.
Pero el perro está tranquilo. El perro se
quita las gafas, cierra el periódico, y se enrosca en sí mismo frente a la
hoguera todavía apagada, lo que los humanos, o su amo, llamarían ventana.
Aunque ya quedan pocos, piensa, quedan pocos humanos, y pocos amos. No importa.
El perro enciende el tocadiscos para escuchar la novena sinfonía de Beethoven.
Debe acostumbrarse al sonido de la guerra.
Lo que me queda.
Lo intento.
Encontrar un escaparate que no me
espere
que no me descubra mirando
y que en definitiva, no me devuelva
la mirada.
También sé
Que toda noche larga no le
pertenece a tu espalda.
Que no me invento tatuajes para que
los tapes con tu pelo.
Pero podría pronosticar el tiempo
con una sacudida septentrional de las sábanas:
Hoy tampoco sabré describirte
cuando decidas llover.
Pero volvemos a lo mismo de antes.
La naturaleza crea sus propios
escaparates
e incluso, y sobre todo,
me enferma hasta los huesos.
No soy más que huesos
¿es que no lo entiendes?
Todo lo que me queda
Es todo lo que te debo.
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